El Kibutz, un experimento que no fracasó
Autor: Danny Nakash
Con estas palabras definió el célebre filósofo judío Martin Buber en los años ‘40 a este modelo comunal basado en dos ideologías en auge a principios del siglo XX y basales para los olim de la segunda y la tercera aliá: el socialismo revolucionario, que se consagraba en la Europa oriental como una factible alternativa al capitalismo burgués, ya en crisis desde mediados del siglo XIX, mezclado con un movimiento de liberación nacional especial, propio del pueblo judío, el sionismo. Estas comunas fueron la forma de migrar más adecuada para la gran mayoría de los olim, ya que llegaban a este estado en formación sin recursos materiales ni capacitación y, por otra parte, el kibutz les brindaba contención social además de seguridad física. Fuera de ello, el kibutz era un instrumento más que apropiado para la colonización del territorio y el mantenimiento de las fronteras. Los valores formulados reflejaban necesidades del momento, tanto en el aspecto económico, como en el social: a los valores de propiedad colectiva de los medios de producción y trabajo judío (que implicaba en ese entonces sobre todo una ‘vuelta a la tierra’, es decir ocuparse de la agricultura, tan ajena a aquella intelectualidad burguesa de la que provenían en sus países de origen, pero también la construcción y, posteriormente, la industria), debemos agregar los servicios colectivos (comedor, lavandería, entre otros, así como la educación colectiva, incluyendo la ‘dormida’ de los niños en forma colectiva), cuando todo se basaba en el principio de ‘Cada uno según su posibilidad y a cada cual según su necesidad’.
Después de casi un siglo de la creación de Degania Alef, el primer modelo de kibutz, la kvutzá (como un kibutz, pero más pequeño), oímos en forma permanente hablar de los cambios en los kibutzim, cambios que anuncian la extinción de esta sociedad. Tal aseveración podría ser el retruque a aquellas palabras de Buber, es decir, el experimento perduró, pero fracasó. Este planteo debe ser revisado. Ante todo, el simple hecho de su existencia después de casi una centuria, habla del éxito del experimento y no de su fracaso. Es la sociedad con principios cooperativistas que logró superar la valla teórica de la tercera generación, principio que enuncia que toda sociedad experimental puede durar tres generaciones como máximo, ya que esta tercera la modificará de tal forma que sus principios básicos no coincidirán con aquellos postulados como fundamentales por sus creadores. Pues bien, esta generación que pasa a ser miembro del kibutz es la cuarta y, si bien se debaten determinados cambios en la forma de distribución de servicios (privatización) en gran parte de los kibutzim (ver cuadro) y en parte de ellos hasta se estudia la forma de remuneración de sus miembros, aún los medios de producción siguen siendo colectivos, así como lo es su educación, de tal forma que se conserva el principio de igualdad de posibilidades en aquellos asentamientos que quieren seguir siendo considerados como kibutzim.
Los cambios existen y son importantes, y es que la realidad circundante es muy diferente a la que daba forma y apoyaba a una comuna pequeña, autónoma, íntima, agrícola, política e ideológica claramente identificada de principios del siglo pasado; en este principio de siglo justamente los principios opuestos son los que están en boga: uniones de economías para formar macro-corporaciones, globalización, tercerización de la producción y neutralidad y apatía a lo que huele a ideología, ya ni hablar de política. El kibutz, como un barco en el medio de la tempestad, busca la forma de llevar adelante su sociedad y su hacienda, adaptando sus herramientas a estos vientos cambiantes, pero intentando conservar su esencia.Danny Nakash, sheliaj Hashomer Hatzair – Kibutz Zikim
Con estas palabras definió el célebre filósofo judío Martin Buber en los años ‘40 a este modelo comunal basado en dos ideologías en auge a principios del siglo XX y basales para los olim de la segunda y la tercera aliá: el socialismo revolucionario, que se consagraba en la Europa oriental como una factible alternativa al capitalismo burgués, ya en crisis desde mediados del siglo XIX, mezclado con un movimiento de liberación nacional especial, propio del pueblo judío, el sionismo. Estas comunas fueron la forma de migrar más adecuada para la gran mayoría de los olim, ya que llegaban a este estado en formación sin recursos materiales ni capacitación y, por otra parte, el kibutz les brindaba contención social además de seguridad física. Fuera de ello, el kibutz era un instrumento más que apropiado para la colonización del territorio y el mantenimiento de las fronteras. Los valores formulados reflejaban necesidades del momento, tanto en el aspecto económico, como en el social: a los valores de propiedad colectiva de los medios de producción y trabajo judío (que implicaba en ese entonces sobre todo una ‘vuelta a la tierra’, es decir ocuparse de la agricultura, tan ajena a aquella intelectualidad burguesa de la que provenían en sus países de origen, pero también la construcción y, posteriormente, la industria), debemos agregar los servicios colectivos (comedor, lavandería, entre otros, así como la educación colectiva, incluyendo la ‘dormida’ de los niños en forma colectiva), cuando todo se basaba en el principio de ‘Cada uno según su posibilidad y a cada cual según su necesidad’.
Después de casi un siglo de la creación de Degania Alef, el primer modelo de kibutz, la kvutzá (como un kibutz, pero más pequeño), oímos en forma permanente hablar de los cambios en los kibutzim, cambios que anuncian la extinción de esta sociedad. Tal aseveración podría ser el retruque a aquellas palabras de Buber, es decir, el experimento perduró, pero fracasó. Este planteo debe ser revisado. Ante todo, el simple hecho de su existencia después de casi una centuria, habla del éxito del experimento y no de su fracaso. Es la sociedad con principios cooperativistas que logró superar la valla teórica de la tercera generación, principio que enuncia que toda sociedad experimental puede durar tres generaciones como máximo, ya que esta tercera la modificará de tal forma que sus principios básicos no coincidirán con aquellos postulados como fundamentales por sus creadores. Pues bien, esta generación que pasa a ser miembro del kibutz es la cuarta y, si bien se debaten determinados cambios en la forma de distribución de servicios (privatización) en gran parte de los kibutzim (ver cuadro) y en parte de ellos hasta se estudia la forma de remuneración de sus miembros, aún los medios de producción siguen siendo colectivos, así como lo es su educación, de tal forma que se conserva el principio de igualdad de posibilidades en aquellos asentamientos que quieren seguir siendo considerados como kibutzim.
Los cambios existen y son importantes, y es que la realidad circundante es muy diferente a la que daba forma y apoyaba a una comuna pequeña, autónoma, íntima, agrícola, política e ideológica claramente identificada de principios del siglo pasado; en este principio de siglo justamente los principios opuestos son los que están en boga: uniones de economías para formar macro-corporaciones, globalización, tercerización de la producción y neutralidad y apatía a lo que huele a ideología, ya ni hablar de política. El kibutz, como un barco en el medio de la tempestad, busca la forma de llevar adelante su sociedad y su hacienda, adaptando sus herramientas a estos vientos cambiantes, pero intentando conservar su esencia.Danny Nakash, sheliaj Hashomer Hatzair – Kibutz Zikim
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